Ciclo de clásicos (y modernos) del Cine Estudio - Círculo de Bellas Artes de Madrid, formado por programas de dos o tres películas con un extraño e incierto parentesco entre ellas. Aquí quedarán materiales de las hojas de sala y algunos otros textos de acompañamiento.
lunes, 8 de marzo de 2021
Bocetos de Alexandre Trauner para "Mr. Klein"
La labor del director, por Joseph Losey
(...) Creo firmemente, por experiencia, que hay algo muy específico en el cine: una película es una obra colectiva y es también, y sobre todo, una obra estrictamente personal. Todos aquellos que aportan su contribución al director, -guionista, actores, pre-designer, director de fotografía o montador, - deben aportarle una contribución eminentemente personal. Me gusta trabajar con un actor que colabore. Se pueden rodar hoy en día tomas muy largas si los actores son capaces de sostener el esfuerzo durante todo ese tiempo. A menudo he trabajado así: esto permite a los actores interpretar el conjunto en continuidad, lo que siempre resulta infinitamente provechoso. Si al director le gusta lo que hace el actor, si saber encontrar lo que el actor es, y si puede utilizarlo, se pueden obtener resultados sorprendentes, a condición, por supuesto, de que el actor sienta esa confianza respecto a él del director. Por otra parte, un guionista no podrá escribir convenientemente si lo controlan por completo el director o el productor. Es evidente que la mejor manera para el guionista de escribir, o al menos de acercarse al guión, será hablar con la mayor precisión posible con el director antes de ponerse a escribir pero, después, escribir solo y de una sola vez. Una vez terminado, el guión puede ser conservado, reescrito o desmontado, pero el material está ahí. (...)
El director debe, pues, por así decir, dominar todo ese aporte individual colectivo, y eso a lo largo de toda la película. Una película que no lleva la huella personal de su director no puede ser una buena película. No quiero decir con esto que todo trabajo colectivo deba conformarse a un punto de vista preconcebido, no. Simplemente, la personalidad del director debe mostrarse en todo instante y en todas las partes de la película. En caso contrario, la película será un fracaso. Y, por otra parte, también lo será sin duda si el director, consciente o inconscientemente, asfixia las posibles contribuciones personales de las diferentes personas que trabajan en la película en el momento en el que, precisamente, era necesario que las aportaran. (...)
Entrevista con Joseph Losey, por Michel Fabre y Pierre Rissient, Cahiers du cinéma nº111
Antonioni sobre la dirección de actores
"- Una vez dijo que veía a los actores como parte del encuadre, que no quería explicarles las motivaciones de los personajes sino que quería que fuesen pasivos. ¿Sigue trabajando con los actores de esa manera?
- Yo nunca he dicho que quiera que los actores sean pasivos. He dicho que a veces, si se les explica demasiado, se corre el riesgo de que los actores se vuelvan sus propios directores y eso no ayuda a la película. Ni al actor. Prefiero trabajar con los actores no en un plano intelectual sino en un plano sensorial. Estimular en lugar de enseñar. En primer lugar, no no soy muy bueno hablando con ellos porque me resulta difícil encontrar las palabras adecuadas. Además, no soy el tipo de director que quiere que haya una “mensaje” en cada réplica. Así que lo único que puedo decirles sobre una escena es cómo hacerla. Lo que intento es provocarles, ponerles en el estado de ánimo adecuado. Y luego los miro a través de la cámara y en ese momento les digo que hagan esto o aquello. Pero no antes. Yo tengo que lograr mi plano y ellos son un elemento de la imagen, no siempre el más importante. Además, veo la película en su unidad mientras que el actor la ve a través de su personaje. Fue difícil trabajar con Jack Nicholson y Maria Schneider al mismo tiempo porque son actores completamente diferentes. Son naturales de manera opuesta: Nicholson sabe dónde está la cámara y actúa según eso. Maria no sabe dónde está la cámara, no sabe nada: simplemente vive la escena. Lo cual es magnífico. A veces simplemente se mueve y nadie sabe cómo seguirla. Tiene un don para la improvisación y me gusta eso, me gusta improvisar.
"Filmmakers Newsletter", Julio de I975.
La diligencia, por Antonioni
La vieja América, nacida de la fusión entre el espíritu de los puritanos y aquel de los pioneros, la vieja América atormentada por la necesidad de crearse una verdad propia, está en STAGECOACH, de John Ford. Se podrá pensar por ciertos aspectos provincianos y sobre todo por ciertos personajes en Sherwood Anderson, porque el viaje de este grupo de personajes de Arizona a Lordsburg, en Nuevo México, se asemeja mucho a algunas de esas fugas o evasiones que están en la base del mundo artístico andersoniano. Y quizás pensemos incluso en O.Henry. Pero Stagecoah es sobre todo un “western”, el mejor producido hasta hoy y que como tal quiere seguir.
A partir de un relato aparecido en Colliers, Ford y Dudley Nichols adaptaron el argumento de la película y su preocupación era la de volver a la vieja técnica del mudo en general y a la del western en particular. No por nada el tempo de la aventura está basado en el de la persecución. “Quien dice cow-boys -escribe Nichols- dice caballos, velocidad”, y caballos, velocidad, indios, tiroteos, recién salidos de nuestros sueños, son reproducidos con una ingenuidad -que en este caso quiere decir destreza- asombrosa. Ford, sin temor, ha rodado a la antigua, a la manera del mudo, de un mudo que contiene sin embargo toda la riqueza de otras experiencias, incluida la del sonoro. Porque el sonido tiene en “OMBRE ROSSE” [Stagecoach] un papel admirable, y el motivo recurrente de la vista de la diligencia, y el grito recurrente del conductor a los caballos, y todos los otros sonidos y voces, son de una precisión absoluta, precisión significando aquí ante todo selección poética y sintética de los elementos de la narración y de la concatenación rítmica. Porque el trabajo de la composición artística significa también esto: extraer lo esencial de la materia que se tiene entre manos, descubrir el tono único y “necesario” que yace en el regazo de Dios y que la inspiración y la paciencia sacan, lentamente o en un relámpago, a la luz. Por así decir, en el final de su inmortal relato “La muerte de Iván Ilich”, Tolstoi utilizó las únicas palabras que debían utilizarse, una sola palabra de más lo habría hecho caer al vacío. Y esto también es válido para el cine: las miradas de John Wayne y de Claire Trevor son las que son y no otras, pertenecían primero a un limbo informe y se convierten en expresión, la persecución en ALLELUJA [Hallelujah, King Vidor] necesitaba aquellas voces y visiones, y no otras.
Parte la diligencia de Arizona, de un maravilloso país puritano, y comienza el viaje. No sucede nada, se sabe que los indios están al acecho pero será necesaria toda la película para que una pluma atraviese la pantalla. Y es en esta suspensión, en esta obsesión, en la que los personajes viven cada uno su propio drama. Son personajes estupendos, verdaderamente, tras los cuales se destaca el cow-boy con su venganza por cumplir. Tan lleno de tristeza, hay en él, en sus ojos claros, en su manera lenta de moverse, todo un destino, como si sus acciones en ese momento estuvieran dirigidas por una inexorable justicia superior.
Pero de lo que habría que hablar largo y tendido es del estilo con el cual Ford ha resuelto todo esto. Le basta una mirada, le basta el soplo del viento polvoriento en el interior de la diligencia, le basta la inflexión de una voz: toda la película está llena de este tipo de cosas; obsérvese por ejemplo con qué extraordinaria sencillez de medios se desarrolla el idilio entre el cowboy y la prostituta, y con qué sentido de la armonía y del ritmo sucede el duelo final, a partir de la caminata del cow-boy hacia el bar, y el paso del río, escena que alcanza la eficacia del ronco grito del conductor.
Una fotografía típicamente fordiana (iluminación a veces límpida, a veces violenta, por contraste: ciertas mañanas purísimas, ciertas noches neblinosas) y una ambientación sugerente (interiores de techos bajos, desnudos) acrecientan el valor de STAGECOACH, que además cuenta con una interpretación en todo momento perfecta. Ved cómo está aquí John Wayne, cómo está aquí Claire Trevor, cómo están los otros (destacando Thomas Mitchell y Donald Meek): es realmente necesario situar a John Ford, narrador y psicólogo de raza, tras este trabajo suyo, entre los mayores directores contemporáneos.
Critica publicada en la revista CINEMA, nº 106, 1940, bajo el seudónimo Vice.
Sobre dos secuencias (North by Northwest - Professione:reporter)
Hitchcock: Quise reaccionar contra un viejo cliché: el hombre que se ha presentado en un lugar en que probablemente va a ser asesinado. Ahora bien, ¿qué es lo que se hace habitualmente? Una noche «oscura» en una pequeña plazuela de la ciudad. La víctima espera, de pie en el círculo luminoso de un farol. El pavimento está mojado por una lluvia reciente. Un primer plano de un gato negro que corre de manera furtiva a lo largo de una pared. Un plano de una ventana el rostro de alguien que, a hurtadillas, aparta los visillos para mirar afuera. La lenta aproximación de un coche negro, etc.... Yo me hice la siguiente pregunta: ¿qué sería lo contrario de esta escena? ¡Una llanura desierta, en pleno sol, ni música, ni gato negro, ni rostro misterioso tras las ventanas! (...)
Truffaut: La escena comienza bastante tiempo antes de la llegada del avión. Esta escena muda dura siete minutos, lo que es toda una prueba de destreza. La del concierto en el «Albert Hall», en El hombre que sabía demasiado, dura diez minutos pero está sostenida por la cantata y por la espera de un acontecimiento que conocemos por anticipado. Creo que la vieja tradición en este tipo de guión hubiera consistido en recurrir al montaje acelerado, presentar una sucesión de planos cada vez más cortos, mientras que en este caso su duración no varía.
Hitchcock: Sí, pues en este caso no se trata de manipular el tiempo, sino el espacio. La duración de los planos está destinada a señalar las distancias que debe recorrer Gary Grant para cubrirse y, sobre todo, para demostrar que no puede hacerlo. Una escena de este género no puede ser totalmente subjetiva, pues todo transcurriría demasiado de prisa. Es necesario presentar la llegada del avión —incluso antes de que Gary Grant lo vea— porque si el plano es demasiado rápido, el avión no permanece el tiempo suficiente en el cuadro y el espectador no es consciente de lo que ocurre. Lo mismo ocurre en The Birds cuando Tippi Hedren va a ser atacada y picada en la frente por una gaviota en la canoa; el trayecto de la gaviota en el cuadro sería tan rápido que se podría pensar que se trata sólo de un trozo de papel que ha ido a chocar contra su rostro. Si la escena es subjetiva, mostramos a la chica en la barca, luego enseñamos lo que mira, por ejemplo, el embarcadero, y súbitamente, algo la golpea en la cabeza: es demasiado rápido. Por tanto, el único medio es romper la regla del punto de vista; hay que abandonar el punto de vista subjetivo para adoptar el punto de vista objetivo; es decir, presentar a la gaviota antes de que ataque a la muchacha, para que el público sea consciente de lo que pasa. En cuanto al avión de North by Northwest está basado en el mismo principio, había que preparar al público sobre la amenaza antes de cada picado del avión.
El cine según Hitchcock, François Truffaut
Tuve la idea para la secuencia final tan pronto como empezamos a rodar. Sabía, naturalmente, que mi protagonista tenía que morir, pero la idea de verle morir me aburría. Así que pensé en una ventana y en lo que había afuera, el sol de la tarde. Durante un segundo, apenas un instante, Hemingway se me pasó por la cabeza: “Muerte en la tarde”. Y la plaza. Encontramos la plaza de toros e inmediatamente me di cuenta de que ese era el lugar. Pero todavía no sabía cómo hacer un plano tan largo. Había oído hablar de una cámara canadiense, pero no conocía de primera mano sus posibilidades. En Londres, vi algunas pruebas filmadas. Conocí a los técnicos ingleses responsables de la cámara y decidimos intentarlo. Había muchos problemas que resolver. El mayor era que se trataba de una cámara de 16mm y yo necesitaba que fuese 35mm. Modificarla implicaba modificar todo el equilibrio, pues la cámara estaba montada sobre una serie de giroscopios. Pero lo acabamos logrando.
¿Usó un zoom o una dolly muy lenta?
La cámara tenía un zoom. Pero sólo lo utilizamos cuando la cámara está a punto de pasar la puerta.
Es interesante cómo la cámara avanza hacia el hombre en el centro apoyado en la pared pero nunca lo vemos bien, la cámara nunca hace foco sobre él.
Bueno, es parte del paisaje, eso es todo. Y todo está enfocado. Todo. Pero no él específicamente. No quería acercarme a nadie. Lo sorprendente es el uso de ese plano largo. Se ve a la chica y se ven sus movimientos y se entiende bien sin acercarnos a ella lo que está haciendo, quizás lo que está pensando. Uso este plano muy largo como si fuesen primeros planos, el plano largo toma el lugar de los primeros planos.
Filmmakers Newsletter, Julio de I975
Mr. Klein (Programa 2: ¿Qué hay en un nombre?)
El tema de M. Klein es la indiferencia, la “inhumanidad del hombre para con el hombre”. Más exactamente, la película trata de la inhumanidad de la población francesa respecto a algunos de sus representantes. No es una película sobre los malvados Teutones. Es una película que muestra lo que personas muy ordinarias, como las que podemos encontrar todos los días a nuestro alrededor, es capaz de hacerle sufrir a otras personas ordinarias. Por supuesto, trata más específicamente de los Judios y de otras minorías nacionales o políticas durante el período de la Ocupación y, más específicamente aún, en el momento de la Redada del Velódromo de Invierno.
(...)
Entre los diferentes “motivos” de indiferencia que se combinan en la estructura de la película figuran: la indiferencia de Klein respecto al amor creciente que por él siente Jeanine; su indiferencia respecto a los celos de Nicole y respecto a la misma Nicole, que ya sólo le interesa en la medida en que le distrae y le divierte; el sentimiento de arrepentimiento, fácilmente acallado, de Klein respecto al vendedor; su falta de interés por la portera así como por la familia de la mansión; su falta de compasión por la mujer en el autobús; la ausencia de relación afectiva con su padre. O, también: la manera en que se sirve de Lola para sus propios fines y cómo se deshace cínicamente de la mujer en la subasta. En verdad, Klein no reacciona de manera profunda a nada, salvo al otro Klein que le ha hecho caer en una trampa -y esa reacción no es más que la fascinación que la víctima siente frente a la serpiente.
(...)
Desde un punto de vista estilístico, la película se organiza en tres categorías que a veces se confunden:
1.- La irrealidad. - Estas escenas no son, hablando con propiedad, irreales. Las he calificado así porque tratan de una realidad tan alejada del entorno de la época que deberían de tener casi una cualidad fantasmagórica. En general, serán tratadas con largos planos secuencia y los movimientos de cámara serán fluidos y casi imperceptibles. A veces las escenas serán frías, pero con un estilo barroco, y a veces cálidas, pero como congeladas. Entre ellas figuran, por ejemplo, las primeras escenas en el apartamento de Robert, en la habitación y en el cuarto de baño, la secuencia de la subasta, las de la iglesia, la de la mansión, la de la Coupole y quizás -pero sólo hasta cierto punto- la del café-teatro.
El mundo exterior a veces irrumpe en ellas: el vendedor en el apartamento de Klein, los policías que esperan en la iglesia, el aspecto pesadillesco de la Coupole en la última parte de esa secuencia, el castillo cuya elegancia superficial disimula una tensión que acaba por liberarse en el episodio nocturne del sidecar. Los “B.O.F.” entre los espectadores del café-teatro son un aspecto muy realista de la realidad atroz del 42, pero el antisemitismo que se expresa en la obra debería de ser lo bastante aterrador como para parecerle casi increíble e increíble al público actual.
2.- La realidad.- Es el mundo desolado y despiadado de la Ocupación. Mantiene una apariencia exterior normal pero es severo, gris y frío. Aquí, las secuencias tendrán una planificación clara y deberán tener un tempo muy diferente del de las secuencias “irreales”. Deberán tener un aire documental o como de noticiario (sobre todo aquellas que transcurren fuera de los apartamentos privados). Hay, sin embargo, escenas en las que la realidad se vuelve kafkiana, atroz, aterradora e inconcebible: la escena de Montandon, el ya mencionado final de la escena de la Coupole, la representación del café-teatro y ciertos episodios en la casa de Klein.
Las secuencias finales, en cambio, deben ser de un realismo absoluto. Ya no hay lugar para la abstracción: la pesadilla se ha convertido en una realidad invencible.
3. - La abstracción.- Las secuencias que Franco Solinas y yo hemos designado como “abstractas” deberán tener todas estructuras visuales comunes. Son las escenas que tratan del funcionamiento de la máquina burocrática. Las secuencias de fichaje, los ensayos de la redada en la Prefectura, etc… Los protagonistas no aparecen en la mayor parte de estas escenas y ceden el sitio a personajes anónimos. Estas secuencias deberán tener entre ellas correspondencias visuales y tengo la intención de empezarlas en primer plano sobre movimientos de objetos o de personajes, para después abrir a planos generales de espacios vacíos sobre los cuales la cámara se quedará fija un instante. Desde el punto de vista estilístico, las escenas abstractas se incorporarán gradualmente a la realidad de la secuencia final.
Josep Losey, Notes de travail, revista Positif, octubre 1976
Professione: reporter (Programa 2: ¿Qué hay en un nombre?)
Antonioni: Creo que sería interesante que esta entrevista tomase la forma de largas preguntas afirmativas y respuestas breves. Es la única forma posible. No puedo usar palabras. Un director es un hombre de acción, aunque esa acción sea intelectual. Mi vida está dividida entre dos tipos de experiencias, prácticas e intelectuales. Las dos me empujan a hacer algo y a comportarme de cierta manera pero no sé por qué. Es algo inconsciente. No puedo explicarlo. ¿Conoce a Pirandello? A Pirandelo una vez le preguntaron: “¿por qué ese personaje actúa de esa manera?” Respondió: “No lo sé, sólo soy el autor.”
Epstein: Pensando sobre la película esta mañana tenía la sensación de haber visto ciertas escenas antes. Me di cuenta de que era en El extranjero, de Camus. De pie junto a la ventana, Mersault recoge en su voz apática, como lo hace Jack Nicholson, la vida que pasa por la calle. También, por primera vez, el asesinato del árabe en la noela se me volvió una realidad más clara. Comprendía la explicación de Mersault sobre las cinco balas: fue el sol, fue el hecho de que estuviese ahí en determinado momento.
Antonioni: Alguien más ha hecho esa comparación. Creo que es fundamentalmente errónea. Mersault tiene problemas “existenciales”, problemas abstractos. Mi personaje, David Locke, tiene problemas muy concretos. Está frustrado con su vida. Su matrimonio es un fracaso. No está completamente satisfecho con su trabajo, aunque lo realice con éxito. Es incapaz de comprometerse más políticamente y no sabe porqué. La situación de Locke no es la misma que la de El extranjero.
Antonioni speaks -and listens, Renee Epstein, Film Comment, Julio-Agosto 1975
En su tipología, Nietzsche distingue dos figuras: el sacerdote y el artista. Hoy en día, tenemos sacerdotes de sobra: en todas las religiones e incluso fuera de la religión; pero ¿artistas? Quisiera, querido Antonioni, que me prestara un momento algunos rasgos de su obra para permitirme fijas las tres fuerzas, o, si lo prefiere, las tres virtudes que a mis ojos constituyen al artista. Las nombro ahora mismo: la vigilancia, la sabiduría y, la más paradójica de todas, la fragilidad.
Contrariamente al sacerdote, el artista se sorprende y admira; su mirada puede ser crítica, pero no es acusadora: el artista no conoce el resentimiento. Porque usted es un artista, su obra está abierta a lo Moderno. Muchos toman lo Moderno como una bandera de combate contra el viejo mundo, contra sus valores comprometidos; pero, para usted, lo Moderno no es el término estático de una oposición fácil; lo Moderno es, por el contrario, una dificultad activa para seguir los cambios del Tiempo, ya no solamente en el nivel de la gran Historia, sino también en el interior de esa pequeña historia cuya medida es la existencia de cada uno de nosotros. Iniciada al día siguiente de la última guerra, su obra ha sido así, de momento en momento, según un movimiento de vigilancia doble, al mundo contemporáneo y a usted mismo; cada uno de sus filmes ha sido, a la escala que a usted le es propia, una experiencia histórica, es decir, el abandono de un antiguo problema y el planteamiento de una nueva cuestión; esto quiere decir que usted ha vivido y tratado la historia de estos últimos años con sutileza, no como la materia de un reflejo artístico o de un compromiso ideológico, sino como una substancia de la que tenía que captar, de obra en obra, su magnetismo.
(...) usted trabaja para hacer sutil el sentido de lo que el hombre dice, cuenta, ve o siente, y esa sutileza del sentido, esa convicción de que el sentido no se detiene toscamente en la cosa dicha, sino que va siempre más lejos, fascinado por el sinsentido, es, creo, la de todos los artistas, cuyo objetivo no es esta o aquella técnica, sino un fenómeno extraño: la vibración. El objeto representado vibra en detrimento del dogma. Pienso en las palabras del pintor Braque: “El cuadro está terminado cuando ha borrado la idea”. Pienso en Matisse, dibujando un olivo, desde su cama, y poniéndose, al cabo de cierto tiempo, a observar los vacíos que están entre sus ramas, y descubriendo que, mediante esta nueva visión, se escapa de la imagen habitual del objeto dibujado, del cliché “olivo”. Matisse descubrió así el principio del arte oriental, que siempre quiere pintar el vacío, o que capta más bien el objeto figurable en el momento raro en que la totalidad de su identidad cae bruscamente en un nuevo espacio, el del Intersticio.(...)
Otro motivo de fragilidad para el artista es, paradójicamente, la firmeza y la insistencia de su mirada. El poder, sea cual sea, por ser violencia, no mira nunca: si mirara un minuto más (un minuto de más), perdería su esencia de poder. El artista, por su parte, se detiene y mira largamente, y me puedo imaginar que usted se hizo cineasta porque la cámara es un ojo obligado a mirar por disposición técnica. Lo que usted añade a esa disposición, común a todos los cineastas, es mirar las cosas radicalmente, hasta su agotamiento. Por una parte, mira usted largamente lo que nadie le había pedido mirar, ni la convención política (los campesinos chinos), ni la convención narrativa (los tiempos muertos de una aventura). Por otra parte, su héroe privilegiado es el que mira (fotógrafo o reportero). Esto es peligroso, pues mirar más de la cuenta (insisto en este suplemento de intensidad) molesta a todos los órdenes establecidos, sean cuales sean, en la medida en que, normalmente, el tiempo mismo de la mirada es controlado por la sociedad: de ahí la naturaleza escandalosa, cuando la obra se escapa de ese control, de algunas fotografías y de algunos filmes: no los más indecentes o los más combativos, sino simplemente los más “pausados”.
Por lo tanto, el artista no solamente está amenazado por el poder constituido -el martirologio de los artistas censurados por el Estado a lo largo de la Historia sería de una longitud desesperante-, sino también por la sensación colectiva, siempre posible, de que una sociedad puede muy bien prescindir del arte: la actividad del artista es sospechosa porque molesta a la comodidad, a la seguridad de los sentidos establecidos, porque es a la vez dispendiosa y gratuita, y porque la sociedad nueva que se busca, a través de regímenes muy diferentes, no ha decidido aún qué ha de pensar, ni qué habrá de pensar, del lujo. Nuestra suerte es incierta, y esta incertidumbre no mantiene una relación simple con las salidas políticas que podamos imaginar para el malestar del mundo; depende de esa Historia monumental, que decide, de una manera apenas concebible, ya no nuestras necesidades, sino nuestros deseos. (...)
Querido Antonioni, Roland Barthes en Cahiers du Cinéma, 1980.
North by Northwest (programa 2: ¿Qué hay en un nombre?)
Truffaut: Vuelvo a la escena del avión en el desierto. El aspecto seductor de esta escena reside en su misma gratuidad. Es una escena vacía de toda verosimilitud y de toda significación; el cine, practicado de esta manera, se convierte realmente en un arte abstracto, como la música. Y esta gratuidad, que a menudo se le reprocha, constituye precisamente el interés y la fuerza de la escena. Esto queda perfectamente indicado por el diálogo cuando el campesino, antes de subir al autocar, dice a Cary Grant, refiriéndose al avión que comienza a verse a lo lejos: «¡Mire! Un avión que fumiga y, sin embargo, no hay nada que fumigar...» El avión no fumiga nada y no habría que reprocharle nunca la gratuidad en sus films, pues practica la religión de la gratuidad, el gusto por la fantasía fundada en el absurdo.
Hitchcock: El hecho es que este gusto por el absurdo lo practico de manera totalmente religiosa.
El cine según Hitchcock, François Truffaut
El esnobismo no ganó. Siempre hemos dicho “Con la muerte en los talones”. Nunca “North by Northwest”. Y, sin embargo, en el tren de lujo que avanza hacia el Norte pasando por el Noroeste, tiene lugar una de las escenas más tórridas que Hitchcock, cineasta salaz, haya imaginado nunca. Eve Kendall (que juega a tres bandas, por lo menos, de ahí su turbación) acoge en su compartimento a Roger Thornhill (un grandullón todavía muy ligado a su madre).La cosa está clara: se besarán.
Hace algunos años, alguien llevaba a cabo una encuesta muy discreta entre los cinéfagos parisinos: ¿cual es, para vosotros, el más bello de los besos del cine? (No morreo, ni besuqueo, ni mordisco, ni besito: beso). En las respuestas, muy a menudo, aparecía este beso, aparecían Eva Marie Saint y Cary Grant. Porqué:
Coged una copia en 35 milímetros de Con la muerte en los talones, extraed directamente las imágenes de la escena en cuestión. Obtendréis 3426 imágenes (se las llama fotogramas). Poned esos fotogramas uno tras otro, como para una fotonovela intelo-perversa, ¿qué veis?
Primero que, como dijo Truffaut, Hitchcock siempre filmó las escenas de amor como si fuesen asesinatos (y viceversa). Ved el aire vicioso y brechtiano de Cary Grant, sus largas manos peludas en pos de un cuello estrangulable, la sensualidad fría, la euforia que calcula. Y las manos de viejo esqueleto de Eva Marie Saint, su frente despejada, su éxtasis sobreactuado. Ya ´véis que suceden muchas cosas en un plano de un beso. Cosas muy mezcladas.
“Al norte por el noroeste” es el título adecuado. El espectador de cine está como Cary Grant: pierde el norte.Hitchcock es como una máquina. Sabe dónde está el norte (es decir, el desenlace, la última parada, el Monte Rushmore). Pero al norte, nunca se va directamente. Se va pasando por el noroeste. La verdadera película, la que alucináis y alimenta vuestros sueños más tenaces, es el noroeste. La película va hacia el norte, los fotogramas -esa carne desconocida de la película- va hacia el oeste. He aquí una página “oeste”.
Ciné journal, volume 1, Serge Daney
Programa 2: ¿Qué hay en un nombre? (marzo-abril 2021)
Si trazas un camino, cuidado, te costará volver a campo abierto.
Henri Michaux
Sigo remontando río arriba
En un barco que en la proa
Lleva el nombre de tu nombre
Río Paraná
Suarez
A la pregunta “¿quién eres?” respondemos, casi siempre, dando nuestro nombre. ¿Qué relación hay entre nosotros y el nombre que llevamos? El nombre es y no es nosotros. El nombre es, quizás, como nuestra sombra. No es nada y al mismo tiempo sin él podríamos acabar, como Peter Schlemihl sin su sombra, expulsados del mundo humano. Es cierto que se puede cambiar de nombre. Es un sueño que quizás todos hayamos tenido alguna vez: cambiar de nombre y así ser otro sin dejar de ser nosotros mismos. Es un sueño con truco, como los tratos que ofrecen genios o diablos, porque nunca sabemos qué es exactamente lo que cambiaremos al cambiar el nombre, porque en realidad nunca sabemos de veras qué hay en un nombre.
De arriesgarse a vivir con el nombre de otro, por voluntad o por azar, tratan las tres películas que forman este nuevo programa de Contactos. Son North by Northwest, de Alfred Hitchcock, Professione: Reporter, de Michelangelo Antonioni, y Mr. Klein, de Joseph Losey. En ellas, tres personajes, interpretados por tres estrellas masculinas (¿qué es una estrella si no un nombre en lo alto de un cartel, un nombre por el que la gente está dispuesta a apostar su dinero?) llevan una vida de esas que parecen trazadas y más o menos exitosas. Al poco de empezar las películas, en parte por azar, en parte por voluntad (uno de los misterios de estas tres películas es lo incierta que es la frontera entre la voluntad y el azar), se ponen a vivir con el nombre de otro y al hacerlo abandonan el camino que habían trazado y se encuentran en campo abierto, viviendo algo que lo mismo puede tomar la forma de la aventura que la forma de la pesadilla, si es que esas dos formas no son realidad la misma forma vista de manera diferente.
Mientras tiene lugar esta aventura o pesadilla bajo nombre falso, otra historia sucede a espaldas de los personajes, la historia de los que tienen el poder, que en otro tiempo podrían haber sido diablos o genios, figuras de lo fantástico, pero aquí el poder no necesita de magia ninguna y todo se decide en despachos. Es una historia política y secreta, la política como maniobra secreta, como aquello que los gobiernos hacen en la sombra, manipulando lo verdadero y lo falso.
En North by Northwest, Roger Thornhill se convierte sin quererlo en George Kaplan, que es el nombre de un hombre invisible y quizás inexistente, enredado en una intriga de esas con guerra fría y microfilms. Aquí la política todavía parece un pretexto para la fantasía y la aventura.
En Professione: Reporter, David Locke conserva su nombre pero cambia su apellido. Se convierte, queriéndolo, en David Robertson y se pone a vivir siguiendo la agenda de un hombre muerto, acompañado en su camino por una chica que vive sin que nunca se diga su nombre. David Locke, como aquel que una vez escribió “yo es otro”, deja de escribir para convertirse en un traficante de armas implicado, por convicción política, en la lucha de una guerrilla contra una dictadura africana.
En Mr.Klein, el señor Klein, que para hacer negocios y comprar obras de arte a precio de ganga se aprovecha del peligro en el que viven los judíos en el París ocupado, se convierte, sin quererlo, vuelta de tuerca, en el señor Klein, otro señor Klein, judío, perseguido. Como las otras dos, es una película predestinada y azarosa como los sueños pero de una a otra el sueño se ha ido pareciendo cada vez más a una pesadilla y esa pesadilla es, al cabo, la realidad, París, 1942, la Redada del Velódromo de Invierno.
La señora sin camelias (programa 6a: La Cenicienta - Me he casado, pero...)
¿Acaso existe una sola película que no esté fascinada, de una manera u otra, por aquello que ha elegido denunciar? Me parece que no (esto ...
-
Primero de los seis largometrajes que Rossellini realizará con Ingrid Bergman, serie de películas capitales en el cine de después de la guer...
-
¿Acaso existe una sola película que no esté fascinada, de una manera u otra, por aquello que ha elegido denunciar? Me parece que no (esto ...
-
(...) Se olvida, o se ignora simplemente, y ni siquiera se sospecha —algún malvado le puso a Castellani y a otros, que no se le parecen nada...