Truffaut: Vuelvo a la escena del avión en el desierto. El aspecto seductor de esta escena reside en su misma gratuidad. Es una escena vacía de toda verosimilitud y de toda significación; el cine, practicado de esta manera, se convierte realmente en un arte abstracto, como la música. Y esta gratuidad, que a menudo se le reprocha, constituye precisamente el interés y la fuerza de la escena. Esto queda perfectamente indicado por el diálogo cuando el campesino, antes de subir al autocar, dice a Cary Grant, refiriéndose al avión que comienza a verse a lo lejos: «¡Mire! Un avión que fumiga y, sin embargo, no hay nada que fumigar...» El avión no fumiga nada y no habría que reprocharle nunca la gratuidad en sus films, pues practica la religión de la gratuidad, el gusto por la fantasía fundada en el absurdo.
Hitchcock: El hecho es que este gusto por el absurdo lo practico de manera totalmente religiosa.
El cine según Hitchcock, François Truffaut
El esnobismo no ganó. Siempre hemos dicho “Con la muerte en los talones”. Nunca “North by Northwest”. Y, sin embargo, en el tren de lujo que avanza hacia el Norte pasando por el Noroeste, tiene lugar una de las escenas más tórridas que Hitchcock, cineasta salaz, haya imaginado nunca. Eve Kendall (que juega a tres bandas, por lo menos, de ahí su turbación) acoge en su compartimento a Roger Thornhill (un grandullón todavía muy ligado a su madre).La cosa está clara: se besarán.
Hace algunos años, alguien llevaba a cabo una encuesta muy discreta entre los cinéfagos parisinos: ¿cual es, para vosotros, el más bello de los besos del cine? (No morreo, ni besuqueo, ni mordisco, ni besito: beso). En las respuestas, muy a menudo, aparecía este beso, aparecían Eva Marie Saint y Cary Grant. Porqué:
Coged una copia en 35 milímetros de Con la muerte en los talones, extraed directamente las imágenes de la escena en cuestión. Obtendréis 3426 imágenes (se las llama fotogramas). Poned esos fotogramas uno tras otro, como para una fotonovela intelo-perversa, ¿qué veis?
Primero que, como dijo Truffaut, Hitchcock siempre filmó las escenas de amor como si fuesen asesinatos (y viceversa). Ved el aire vicioso y brechtiano de Cary Grant, sus largas manos peludas en pos de un cuello estrangulable, la sensualidad fría, la euforia que calcula. Y las manos de viejo esqueleto de Eva Marie Saint, su frente despejada, su éxtasis sobreactuado. Ya ´véis que suceden muchas cosas en un plano de un beso. Cosas muy mezcladas.
“Al norte por el noroeste” es el título adecuado. El espectador de cine está como Cary Grant: pierde el norte.Hitchcock es como una máquina. Sabe dónde está el norte (es decir, el desenlace, la última parada, el Monte Rushmore). Pero al norte, nunca se va directamente. Se va pasando por el noroeste. La verdadera película, la que alucináis y alimenta vuestros sueños más tenaces, es el noroeste. La película va hacia el norte, los fotogramas -esa carne desconocida de la película- va hacia el oeste. He aquí una página “oeste”.
Ciné journal, volume 1, Serge Daney
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