lunes, 22 de febrero de 2021

The Trouble With Harry (Programa 1: El mundo del revés)


Salieron juntos ; subieron el camino, yendo de a dos por el camino. No había nubes, todo estaba ordenado y suave ; ¡y ese pueblo era el suyo ! Sin embargo era muy diferente…

Ramuz, La paz del cielo


Alfred Hitchcock: Fue un film que rodé con mucha libertad con un tema que yo mismo elegí y, cuando estuvo terminado, nadie sabía qué hacer con él, cómo explotarlo. Era demasiado especial, pero, para mí, no tenía nada de especial. Es una adaptación muy fiel de una novela inglesa de Jack Trevor Story y, para mi gusto, estaba lleno de un humor muy rico; por ejemplo, cuando el viejo Edmund Gwenn arrastra el cadáver por primera vez, la solterona le encuentra en el bosque y le dice: «¿Tiene usted problemas, capitán?» Es una de las frases más divertidas y, en mi opinión, supone como un resumen del espíritu de toda la historia.

François Truffaut: Me doy cuenta de que siente mucho cariño por este film.

Alfred Hitchcock: Respondía a mi deseo de trabajar los contrastes. En The Trouble with Harry, saco el melodrama de la noche oscura para llevarlo a la luz del día. Es como si presentaras un asesinato a orillas de un riachuelo cantarín y soltara una gota de sangre en su agua límpida. De estos contrastes surge un contrapunto, y quizá, incluso, una súbita elevación de las cosas corrientes de la vida.

François Truffaut, El cine según Hitchcock, pg 238-239


(...) Su humor es fundamentalmente hitchcockiano (ninguna de sus películas, por grave que sea, carece de situaciones de un humor similar), hitchcockiana es la idea de un protagonista invisible (Harry en su ausencia omnipresente es el sucesor de Rebecca, o del doctor Edwards de Spellbound, del coronel Paradine, del Villette de I Confess, de la señora Thorwald de Rear Window y anuncia a Carlota Valdés en Vertigo, a George Kaplan en North by Northwest, a la madre de Psycho, etc), hitchcockiana es también la asociación muerte violenta-sexo, pues en esta película se bromea tanto con una como con otra. Pero si todos esos aspectos, así como ciertas figuras retóricas (los paisajes, las puertas, los cuartos de baño) son familiares en el universo de Hitchcock, el tono es efectivamente diferente, aunque tal vez lo sea para decir lo mismo.

(...) lo que funciona una vez más y quizás nunca tanto como en este película, es la lógica del sueño. En este lugar donde se pierde la noción del tiempo (la confusión del pequeñajo entre ayer, hoy y mañana) todo se transforma milagrosamente. Cuando todo predispone a la pesadilla, tiene lugar un sueño de color rosa con hadas buenas (y millonario) que hace milagros y varitas mágicas que transforman los cadáveres en conejos y hace que unos y otros sean igualmente mágicos e igualmente oníricos. (...)

João Bénard da Costa, Alfred Hitchcock, as folhas da Cinemateca


Construida sobre un tempo voluntariamente ralentizado, con una gran abundancia de planos fijos, con una interpretación que logra un equilibrio insólito entre lo pintoresco y la sobriedad, sembrada con pistas misteriosas y trampas, es la película más enigmática de Hitchcock. El genio de su autor ha sabido conferir a este enigma la apariencia falsamente límpida y tranquilizadora de una fábula o de una cancioncilla infantil. Es Jean Domarchi (en Cahiers du cinéma, nº58) quien ha sabido caracterizar mejor el lado experimental de la película haciendo notar que Hitchcock había procedido en sus personajes a «una ablación de la conciencia (...), de la culpabilidad interior». Se podría añadir: una ablación del sentido espiritual, de la inquietud metafísica. El cadáver que entierran y desentierran alegremente y que transportan de sitio en sitio no es para ellos nada más que un objeto un poco molesto. Así transformados (o mutilados), estos personajes son observados por el autor, con distancia e ironía, en el seno de la pequeña comunidad en la que viven. No sienten los unos por los otros ninguna desconfianza, ninguna envidia, ninguno de esos sentimientos que envenenan las relaciones humanas y que Hitchcock ha descrito tan a menudo en otras películas. Incluso el dinero tiene sobre ellos poca influencia. Viéndolos vivir tan apaciblemente se podría creer que viven en un paraíso: sin embargo, precisamente, no son del todo humanos. Y su falta de inquietud aviva insidiosamente la nuestra. La belleza de finales de otoño fascina y abruma. Es una especie de apocalipsis suave, a la inversa de aquel, tumultuoso y atroz, de The Birds, pero, finalmente, igual de perturbador.

Jacques Lourcelles, Dictionnaire du cinéma, pg 886-887


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