miércoles, 29 de septiembre de 2021

Canción de la pena sin fin, Bai Juyi

 

Durante el frescor de la primavera la dejaron bañarse en el estanque de las Flores Puras,
el agua suave de la fuente mojaba su piel lisa.
Auxiliada por sus doncellas, salió grácil y cansada.
Entonces recibió los favores imperiales.
Cabellera de nube, cutis de flor, alhajas de oro,
tras las cortinas color de hibisco conoció las noches primaverales,
noches muy breves, interrumpidas sólo por la salida del sol.
Fue entonces cuando el Soberano comenzó a abandonar las audiencias.
Acompañando al Emperador en los paseos y los festejos, nunca quieta,
sólo ellos compartían los paseos y las noches de primavera.
Tres mil bellezas habitaban el palacio, pero el amor sólo existía para ella.


Desde Yu Yuang los tambores de guerra estremecen la tierra
poniendo fin a la Danza de Trajes Emplumados.
Polvo y humo cubren los nueve palacios,
mil carros y diez mil jinetes corren hacia el sudoeste.
Llenas de miedo, las banderas imperiales avanzan
y a cien lis de las puertas de la capital se detienen.
El ejercito rehusa avanzar más, hay que retroceder.
Fue entonces cuando fue ejecutada la bella de cejas de mariposa ante los caballos.
Sus adornos floreados quedaron por el suelo, y nadie los tocó.
Nadie tocó el adorno de su pelo, el gorrión de oro cubierto de plumas de martín pescador, ni la horquilla de jade.
El soberano que no pudo salvarla ocultó su rostro,
la miró por ultima vez y lloró lágrimas de sangre.


Cielo y Tierra cambiaron. Regresó el carro del Dragón.
Allí se detuvo el Emperador a pesar suyo,
en el barro de Me Wei Po, donde el hermoso rostro ya nunca estará,
en el sitio sólo de su muerte.
El soberano y sus ministros se miran, cubiertos de lágrimas.
Después, abandonando los caballos, entran en la capital.
jardines y estanques. Todo está igual,
lotos de T'ai Yi, sauces del palacio de Wei Yang.
Los nenúfares recuerdan su faz, los mimbres sus vibraciones.
Ante ellos, no pudo contener las lágrimas.
Las flores del durazno y del ciruelo se abren con el viento de la primavera,
las hojas de los plátanos caen bajo las lluvias del otoño,
las yerbas cubren el patio del Palacio de Occidente,
las hojas muertas, que nadie quita, enrojecen las escalinatas.
Los comediantes del jardín de los Perales tienen ya los cabellos blancos,
han envejecido los eunucos y las sirvientas del Palacio de los Pimenteros.
Por la noche, cuando revolotean las luciérnagas, el Emperador se aflige
y enciende la lámpara, solitario, sin encontrar reposo.
Campanas y tambores van desgranando lentamente la larga noche,
brilla la Vía Láctea, pronto amanecerá ...
bajo las flores de rocío, las tejas entrelazadas están frías.
¿Quién querría compartir una habitación helada?
Ya un largo año separa al vivo de la muerta
y su espíritu no ha regresado a él ni en el sueño.

¡Ay! El cielo y la tierra pasarán, pero su recuerdo será eterno


Poetas chinos de la Dinastía Tang.Traducción de C.G. Moral. Visor.

lunes, 27 de septiembre de 2021

La emperatriz Yang Kwei Fei (programa 6a: La Cenicienta - Me he casado, pero...)



En la primavera de 1955, Mizoguchi realiza “Yokihi” (La emperatriz Yang Kwei Fei) en una coproducción sino-japonesa. Run Run Show, de Hong Kong, nos había propuesto el proyecto. Escribí el guión con Tsuji Kyuichi y Narusawa Masashige. Era la primera vez que hacíamos una película inspirada de una historia de China. Mizoguchi era un gran amante y conocedor de los objetos de arte, la estética y los usos de la época chica Tang, pero yo, en cambio, los ignoraba por completo. Mizoguchi me llevó varias veces a visitar museos y templos. Aprendía así cómo nuestra civilización de la era de Nara había sido influenciada por la de la era Tang. Quedé conmovido y deslumbrado por la civilización de esa época china que estudié por medio de todos los documentos disponibles: “Canción de la pena sin fin”, poema de Bai Juyi, o “Balada del laúd”, poema de Du Fu, que cuentan los amores célebres del emperador Xuanzong y e Yang Kwei Fei; la Rebelión de An Lushan; el significado histórico de la Ruta de la Seda, de la Zona del Oeste; (...) el rol de los eunucos, de los harenes; las fiestas, las costumbres chinas, etc. Pero tenía muchas dificultades. En el guión inicial, para resaltar el aspecto fundamentalmente intrigante de Yang Kwei-Fei, quería insistir en al menos dos puntos (que por otra parte son históricamente auténticos): 1)Yang Kwei Fei fue primero la mujer legítima del príncipe Shou, hijo del emperador Xuanzong. Fue ascendida posteriormente al rango de emperadora. 2) Una vez emperatriz, Yang Kwei Fei ya no disimuló: su orgullo y su egoísmo se manifestaron a plena luz. Pero no tuvimos en cuenta todos estos elementos, en primer lugar para simplificar la intriga y, sobre todo, para hacer de Yang Kwei Fei una “heroína”; hicimos de ella una mujer pura e ingenua que su entorno explota por interés. Eso nos condujo a una esquema melodramático.

Souvenirs de Mizoguchi, Yoshikata Yoda, Cahiers du cinéma nº206


    Haría falta, para hablar convenientemente de La emperatriz Yang Kwei Fei, una de las últimas películas de Kenji Mizoguchi, movilizar todo un arsenal de comparaciones musicales. El cine es el arte más cercano a la música porque es un arte del tiempo y porque la economía interior de una película está más cerca de la de un concerto, de la de una sonata, véase de la de una sinfonía, que de la de un cuadro o una novela. Así, si Yang Kwei Fei puede evocar la Bérenice de Racine por su desgarro elegíaco, Cinna o Nicomède de Corneille por la amplitud de los intereses en juego, Ricardo II de Shakespeare por el papel del personaje imperial, es finalmente con Mozart con quien se impone la comparación, por una suavidad de modulación sin par. El principal actor de Yang Kwei Fei no es el emperador Huang Tsung, ni la emperatriz Kwei Fei, es el tiempo. El emperador destronado y relegado a un ala de su palacio recuerda los días pasados. Y es la cualidad incomparable de ese recuerdo lo que confiere a la película sus acentos sublimes, puesto que la evocación de una pasado todavía cercano, y tan feliz, permite a ese príncipe elegíaco acceder a la eternidad. La fragilidad y la incertidumbre de un amor temporal se desvanecen en provecho de una felicidad eterna más fuerte que la muerte. El amor es una vocación e implica evidentemente una exigencia de absoluto en la que medida en que pretende escapar a las contingencias del tiempo y de la muerte. Rechaza la necesidad inexorable y la lógica implacable de nuestro universo, sus servidumbres, sus leyes y sus límites. De ahí el tema de la reencarnación que nos asegura que ni siquiera la muerte prevalece sobre nuestra sed de eternidad, nuestra creencia en el triunfo último del amor. Pensamos aquí en la admirable Vértigo, de Alfred Hitchcock, pues las dos películas tienen en común una meditación sobre el amor y sobre la muerte. (...)

A la tragedia política, a la historia de un imperio tan poderoso en apariencia y tan débil en realidad, responde una tragedia privada que la desgracia de los tiempos vuelve aún más emocionante. En este mundo a la vez bárbaro y refinado no hay lugar para príncipe soñador y esteta que no ajusta su comportamiento a la razón de estado. La razón profunda de las desventuras del emperador Huan Tsung no es que la familia de su mujer dilapide el tesoro, sino que dedique demasiado tiempo a la música y al amor. Sacrifica el arte de reinar al arte de vivir y subordina indebidamente las exigencias del poder a las de la pasión. En consecuencia, la renuncia de Yang Kwei Fei no le sirve para nada y ella perecerá únicamente por su culpa. Ahí, una vez más, Mizoguchi pinta a la perfección el carácter al mismo tiempo entrañable y decepcionante de este noble personaje.(...)

Jean Domarchi, Une inexorable douceur, en Cahiers du cinéma nº 98



viernes, 24 de septiembre de 2021

Programa 6a "La Cenicienta - Me he casado, pero..."

 

Entonces la madre fue a buscar un cuchillo y dijo:

Córtate el dedo gordo; cuando seas Reina irás siempre en carroza y no lo necesitarás.

Cenicienta, Hermanos Grimm

Algunos cuentos, durante siglos, nos contaron que con la ayuda de la belleza, de un buen corazón o de un poder fantástico (las hadas, los animales del bosque, los muertos, el falso azar), se podía pasar de la pobreza al palacio, del desprecio a ser el centro de atención de un gran baile. Un poder fantástico hacía visible lo que nadie más veía, la joya cubierta de ceniza, la elegancia insospechada, el rostro nuevo, el rostro único, la transformación. Un poder fantástico hacía de una muchacha ignorada una princesa o, llegado el siglo veinte, hacía de una muchacha ignorada una estrella de cine. (Porque, al fin y al cabo, ¿acaso no era el baile en el castillo un gigantesco casting? ¿Acaso no era la prueba del zapatito de oro o de cristal algo así como una prueba de cámara? Pues la cámara también tiene su magia y sabe sobre la fotogenia cosas que nuestro ojo a veces ignora.) Y, al final del cuento, estaba la promesa de una ascensión social, de una vida nueva, una vida regalada, una vida de palacio en la que ya ni haría falta caminar o, quizás, en la que ya no se podría volver a caminar. 

Las tres películas de este nuevo programa de Contactos evocan, cada una a su manera, la fulgurante ascensión social de Cenicienta. Tres mujeres jóvenes y pobres son vistas como por primera vez, como si nadie las hubiese visto de veras hasta entonces. Son reconocidas por su belleza o por su encanto, también por su buen corazón, y se casan con un emperador, un noble o, más prosaicamente, un productor de cine. Y entonces empieza la vida nueva, la vida de palacio. Y entonces descubren que en esa vida de palacio más valdría haberse cortado el dedo gordo del pie, más valdría no desear caminar. Cuando ellas logran entrar en el prometedor palacio, el palacio se cierra sobre ellas como una jaula, una jaula en la que a veces el marido comparte la condición de prisionero y en otras se convierte en carcelero. 

La emperatriz Yang Kwei Fei, de Kenji Mizoguchi, recrea una historia entre real y legendaria de la dinastía Tang. Como la Cenicienta, Yang Kwei Fei es encontrada en la cocina, con la cara sucia, despreciada por su propia familia. Forzada a una especie de casting disimulado, se convierte en consorte del emperador y pasa a vivir en palacio, en un mundo al mismo tiempo delicado y cerrado, como si los personajes viviesen en un crepúsculo casi perpetuo, un mundo del que ella y el emperador apenas pueden escapar una única noche, una noche de secreto, baile y alcohol, una noche de esas que nunca se podrán olvidar, una noche irrepetible porque se salta el protocolo pero también porque el desastre ronda, porque con Yang Kwei Fei han llegado a palacio sus familiares, personajes que parecen de opereta o de caricatura y que sin embargo, sin dejar de ser ridículos como lo eran las hermanastras de Cenicienta, se dedican a juegos de poder de lo más reales y destructivos. El ridículo, no lo olvidemos, mata. 

En Rebecca, de Alfred Hitchcock, una joven huérfana sin nombre, que trabaja como acompañante de una mujer rica e insoportable cual madrastra de cuento, es vista, como entre fogones, por un hombre rico y melancólico, Max de Winter. Se casan. De Winter vive en una mansión de esas que aparecen en postales y que una chica como la joven, normalmente, sólo podría haber visto de lejos o visitado con un grupo de turistas. Una mansión que, al contrario que la joven, tiene nombre propio, Manderley. La joven entra en lo inalcanzable, en la postal y en el nombre, y lo inalcanzable se cierra sobre ella como una jaula, haciendo de ella una permanente niña de cuento que empuja puertas demasiado grandes, que se pierde como en un bosque en el lugar que debería ser su hogar. A pesar de haberse casado con el príncipe, la joven no logra ser princesa, no logra ser lo que siglos de tradición y el recuerdo de la primera mujer de de Winter han determinado que debe ser una princesa. 

En La señora sin camelias, de Michelangelo Antonioni, una joven que trabajaba en una mercería es descubierta por un productor de cine que hace de ella una estrella. El productor se casa con ella sin darle tiempo a que ella lo piense, suponiendo que la propuesta de matrimonio de un príncipe, o de un productor, no se rechaza. Suponiendo también que toda muchacha sensata estaría dispuesta a cortarse el dedo gordo del pie si le prometen que ya siempre viajará en carroza, que ya nunca hará nada por sí misma. Pero la libertad de ella, lentamente, a contrarritmo de la velocidad del productor, insegura, un poco coja, tanteando, sigue su propio curso. 


(Programa al hilo de la programación de La Cenerentola en el Teatro Real. El título del programa, "Me he casado, pero..." viene, como tantas otras cosas, de Carla Maglio (y, antes, claro, de Ozu).).

La señora sin camelias (programa 6a: La Cenicienta - Me he casado, pero...)

¿Acaso existe una sola película que no esté fascinada, de una manera u otra, por aquello que ha elegido denunciar? Me parece que no (esto ...