(...) L’Atalante tiene todas las cualidades de Zéro de conduite y algunas más como madurez y maestría. En él podemos encontrar reconciliadas dos grandes tendencias del cine, el realismo y el esteticismo. En la historia del cine ha habido grandes realistas, como Rossellini, y grandes estetas, como Eisenstein, pero muy pocos cineastas se han preocupado de combinar ambas tendencias, como si fueran contradictorias. En mi opinión, L’Atalante contiene a la vez Al final de la escapada, de Godard, y Noches blancas, de Visconti, es decir, dos películas imposibles de comparar, y que está incluso en las antípodas una de la otra, pero que son representativas de lo que mejor que se ha hecho en cada género. En el primero, se acumulan trozos de verdad que, puestos juntos, conducen a una especie de cuento de hadas moderno; en el segundo, se parte de un cuento de hadas moderno para reencontrar al final del camino una verdad global.
En fin, creo que se subestima con frecuencia L’Atalante viendo en ella sólo un tema menor, un tema “particular” que se contrapone al gran tema “universal” tratado en Zéro de conduite.
L’Atalante aborda en realidad un gran tema, poco habitual en el cine: los primeros pasos en la vida de una joven pareja, las dificultades para adaptarse el uno al otro, empezando por la euforia de la unión sexual (eso que Maupassant llamaba “el brutal apetito físico bien pronto apagado”) y siguiendo con los primeros roces, la trifulca, la fuga, la reconciliación y, por último, la aceptación mutua. Bajo este punto de vista, es evidente que el tema de L’Atalante no es “menor” que el de Zéro de conduite. (...)
Salès Gomès señala que los artículos hostiles a los films de Vigo contenían frases como “Es agua de bidet” o “Se roza lo escatológico”. André Bazin, en su artículo sobre Vigo, empleó una expresión feliz al referirse a su “gusto casi obsceno por la carne”, porque es cierto que nadie ha filmado la piel de las personas, la piel del hombre, tan crudamente como Vigo. Desde hace treinta años nada ha igualado, en este terreno concreto, esa imagen de la mano untosa del profesor sobre la manita blanca del niño en Zéro de conduite, o los brazos de Dita Parlo y Jean Dasté cuando van a hacer el amor o, mejor aún, cuando se separan, y un montaje en paralelo nos los muestra volviendo cada uno a su cama, él en su barcaza, ella en la habitación del hotel, los dos sufriendo los males del amor en una escena en la que la maravillosa partitura de Maurice Jaubert tiene un papel de primera importancia, secuencia carnal y lírica que equivale exactamente a un coito a distancia.(...)
Jean Vigo murió a los 29 años, François Truffaut en Las películas de mi vida
¿L’Atalante? Humanidad. Humanidad entre la gente pobre. En jersey y en camiseta. Nada de cristales brillantes sobre el mantel. Trapos que cuelgan. Cacerolas. Cubos. Pan. Una botella. Fulgores humildes en una semi-oscuridad acentuada por las neblinas del río. La sombra furtiva de Rembrandt que se encuentra, entre muebles rugosos y paneles de planchas, con la sombra maliciosa de Goya, guitarras, gatos sarnosos, toscas máscaras de baile, monstruos disecados, manos cortadas en un frasco; ese extraño perfume de exotismo y de poesía que todo viejo marinero arrastra tras de sí entre olores de ron y de alquitrán, un algo de un rayo inesperado de las mares iluminadas en la más pobre guarida. Un payaso burlesco, con la pacotilla de magia, demonio para pobres tipos que la tentación no ha tocado, porque los barcos de los canales y ríos no pasan de la linde de la ciudad. Pensaba todo el tiempo en esos pinceles de luz que pasean tan lejos de sí por la corona giratoria de los faros y tocando al azar sobre el agua negra el resto de un naufragio, un cadáver, un montón de algas, o un resplandor en la superficie del abismo.
A menudo pensé en Corot ante sus paisajes de agua, de casitas sobre la orilla tranquila y de barcos que avanzan con lentitud a través de sus estelas plateadas, en su ordenación impecable, en su fuerza invisible señora de sí misma, en ese equilibrio de todos los elementos de un drama visual que acoge tiernamente y con una aceptación total, en la perla y el oro y que recubren con su velo transparente la nitidez de los planos y la firmeza de las líneas. Y, quizás por eso, he apreciado aún más el placer de respirar, en ese marco tan nítido, tan perfectamente desprovisto de empastados y de ampulosidades, tan clásico en suma, el espíritu mismo de la obra de Jean Vigo, casi violento, en cualquier caso atormentado, febril, rebosante de ideas y de fantasía, truculento, de un romanticismo virulento o incluso demoníaco, aunque constantemente humano.
Elie Faure en Pour vous, citado por P.E. Sales Gomes en La mort de Jean Vigo, en Cahiers du Cinéma, nº50
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