Las películas son, también, entre otras cosas, un lugar en el que se puede jugar a poner el mundo del revés. Los cineastas, a veces, son experimentadores, sabios o locos, o sabios y locos, que prueban a modificar las leyes a las que el mundo nos ha acostumbrado. Uno de esos experimentos puede ser, por ejemplo, el que realiza Alfred Hitchcock en Pero… ¿quién mató a Harry? Un mundo donde nadie siente culpa ni reacciona con inquieta normalidad en presencia de un cadáver. Un mundo, quizás, de antes del pecado original. ¿Qué pasa si, como dijo un crítico, se somete a los personajes a una “ablación de la conciencia”? Pasa, por ejemplo, una película de lo más divertida y de lo más extraña. Pasa algo que parece límpido y sin embargo es misterioso. Ese misterio y ese juego con la conciencia es el punto común entre las tres películas que se podrán ver este mes, Pero ¿quién mató a Harry?, Monsieur Verdoux, de Charles Chaplin, y Pickpocket, de Robert Bresson.
En Monsieur Verdoux, el mundo parece estar del derecho y tan solo un personaje estar del revés, el propio Verdoux. Es la primera vez que Chaplin deja de ser Charlot, y recordemos que Charlot fue durante un tiempo uno de los personajes más famosos del mundo, quizás el que más, y elige interpretar a un asesino de mujeres, pero un asesino metódico, trabajador, racional, que quizás no hace más que llevar al extremo la lógica mercantilista de su época, al asesinato como prolongación natural de los negocios, como si esa barrera de la conciencia que pone coto a la lógica hubiera desparecido, en una cirugía moral en parte similar a la que realiza Hitchcock con sus personajes. Aunque, sugiere Verdoux, quizás su problema no sea de conciencia sino de escala: su industria no ha sido lo suficientemente grande como para ser admitida por la sociedad o, dicho de otro modo, la sociedad no es tan diferente del Verdoux al que condena.
En Pickpocket es el personaje principal el que intenta practicar sobre sí mismo la cirugía moral que le permita vivir del robo, en su caso robo aún menor que el de Verdoux, robo de carterista. La historia se inspira en Crimen y castigo, de Dostoievski, pero lo que en la novela eran dos violentos y solitarios asesinatos con hacha, algo sucedido en apenas un momento pero motivado por una teoría que admite la suspensión de los principios morales para ciertos seres superiores, en la película es, inspirada por una teoría similar, la práctica regular del carterismo, en solitario pero también en trío. Por mucho que la película se encamine a considerar el robo como una forma del mal, hay en el trío de carteristas una especie de ideal, un entendimiento que apenas necesita palabras y que se convierte, como en la canción de Maria Teresa Walsh, en una baile que no se hace con los pies sino con las manos, una alegría física que los espectadores pueden sentir en el propio cuerpo al terminar la sesión, al levantarse, al coger su abrigo, al abrir una puerta, una alegría y una conciencia del propio cuerpo que, de una manera muy diferente, también provoca Chaplin con la precisión de sus gestos y que la película de Hitchcock nos hace redescubrir en los colores con los que la realidad nos espera a la salida del cine. Y, mientras, bajo esa alegría, nos queda una sensación inquieta: el recuerdo de haber visto como es el mundo del revés y la sospecha de que tan diferente no es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario